viernes, 24 de junio de 2011

PARRALAND

Érase una vez, en un bosque llamado Montilibre de la lejana tierra de  Parraland, que fueron apareciendo unos personajes variopintos que venían de procedencias muy distintas. Al principio, los sujetos de los que hablamos parecían estar perdidos en Montilibre, pues no reconocían a los otros personajes y habían llegado a un mundo les resultaba extraño y no estaban seguros de si podrían habitar en este mundo poblado por dragones de ilusión, antifaces de entusiasmo, sacos de colores y sobre todo kilómetros de sonrisas.
El guardíán del Bosque de Montilibre los observaba con ternura, pues aunque percibía sus dudas, estaba seguro de que serían muy felices en ese mundo, y el mundo de Parraland sería mucho más colorido con estos personajes variopintos, pues aunque ellos no lo sabían eran las personas adecuadas para habitar allí, y habían sido enviados en una misión especial: fortalecer el entusiasmo y la alegría de este mundo haciendo sonreir a niños y mayores. Con el tiempo, esto se hizo realidad, hicieron reir a los niños por descontado, y a los mayores, bueno, bastaba con darse un paseo por cualquier punto recóndito de Parraland para comprender hasta qué punto la sonrisa había llegado a las caras de la raza de los cuidadores de caballos, la de los maestros hortelanos y la de los alquimistas ambientales. Muchos años después, los habitantes de Montilibre, recordarían que cuando los veían pasar, recordaban las canciones, teatros, disfraces y en general, los buenos momentos, las risas y las fragancias risueñas que habían dejado en el mundo de Parraland.

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